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viernes, 8 de febrero de 2013

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lunes, 20 de agosto de 2012

He aquí, herencia de Dios son los hijos; cosa de estima el fruto del vientre. Sal. 127:3

El salmo 127 dice que los hijos son herencia de Dios y que feliz es el hombre que de ellos llena su aljaba. Nuestra herencia no es el dinero, sino los hijos. Nuestra felicidad no está en las cosas, sino en los hijos. Los hijos son un regalo de Dios. Ellos son hijos de la promesa. No generamos hijos para nosotros, sino para Dios, no los generamos para la muerte, sino para la vida. Nuestros hijos deben ser coronas de gloria en menos del Señor. Deben ser vasos de honor, columnas del santuario del Altísimo. Nuestros hijos son una bendición y no un problema; son un poema de Dios y no una pesadilla para nuestra alma. Son como flechas en manos del guerrero y no una molestia en el camino de la vida. Debemos amar nuestros hijos y criarlos en la disciplina y en la admonición del Señor. Debemos enseñarlos en el camino y grabar e ellos la verdad de Dios. Entonces, serán el deleite de nuestra alma y no el amargor de nuestro corazón.

viernes, 17 de agosto de 2012

Pues he aprendido a contentarme, cualquiera que sea mi situación. Fil. 4.11

El apóstol Pablo estaba encarcelado en Roma. Estaba en el pasillo de la muerte, en la antesala del martirio, con los pies en la sepultura y con la cabeza en la guillotina de Roma. Estaba viejo y llevaba en el cuerpo marcas de Cristo. Pasaba por probaciones y privaciones. Pero, lejos de vivir amargado por la vida, dijo: he aprendido a vivir contento en toda y cualquier situación. La felicidad no es una situación que está fuera de nosotros, sino una actitud que está dentro de nosotros.
 
Hay quienes tienen de todo, pero no poseen nada. Hay ricos pobres y pobres ricos. Hay individuos en cárceles, pero sus corazones viven en el paraíso. hay otros que pisan alfombras de terciopelo, pero sus almas viven el tormento del infierno. La felicidad no es automática. Es un aprendizaje. Somos felices cuando nuestra fuente de placer está en Dios y no en las cosas materiales. Cuando nuestra alma encuentra deleite en el proveedor y no en la provisión. Cuando nuestra alma encuentra deleite en el proveedor y no en la provicisión. ¡Dios, y no las cosas, es el manantial de nuestra felicidad!

jueves, 16 de agosto de 2012

Trabajar para ayudar a los necesitados, recordando las palabras del Señor Jesús: Hay más dicha en dar que en recibir. Hch. 20:35

Jesús dice: Hay más dicha en da que en recibir. Ese es un camino seguro para la verdadera felicidad. En este mundo marcado por la codicia, en esta sociedad timbrada por la avaricia, Jesús nos muestra que el camino de la felicidad no es el de recibir, sino el de brindar. El hombre, en las ganas de ser feliz, siempre quiere más. Por lo mismo roba, asalta, corrompe y le quita lo que puede a su prójimo de forma ilícita y deshonesta. Pero, cuando más acumula tesoros de la impiedad, más se hunde en el desespero de la infelicidad.
 
El camino de la felicidad es el inverso de la codicia. Somos felices no cuando nos adueñamos de lo ajeno, sino cuando le damos al prójimo. Somos felices no cuando acumulamos para nuestro deleite, sino cuando repartimos por amor al prójimo. Somos felices no cuando acumulamos tesoros en la tierra, sino cuando los reunimos en el cielo; no cuando almacenamos todo para uno mismo, sino cuando le damos lo máximo que podamos al bien ajeno. La felicidad no está en lo que tenemos, sino en lo que repartimos.

Yo me alegré con los que me decían: a la casa de Dios iremos. Sal. 122:1

Jesús tenia la costumbre de visitar la sinagoga. ÉL tenía el hábito de ir a la Casa de Dios. Los hijos de Coré dicen que un día en los atrios de la Casa de Dios vale más que mil días en las tiendas de la perversidad. El salmista dice: Yo me alegré con los que me decían: a la casa de Dios iremos.
 
En la casa de Dios hay tres importantes encuentro: nos encontramos con el Dios en la Casa de Dios. Nos encontramos con nuestros hermanos y con nosotros mismos. Cuando entramos a los atrios de la Casa de Dios pisamos el terreno de la felicidad, pues allí oímos palabras de vida. Allí contemplamos al señor en la belleza de su santidad. Allí comprendemos la hechura de nuestros pecados y de la belleza del perdón divino. En la Casa de Dios comprendemos más claramente  la transitoriedad de la vida y de la necesidad de la gracia. Bajo la presencia de Dios tenemos plenitud de alegría y a su diestra delicias perpetuas.

martes, 14 de agosto de 2012

Bienaventurado el que lee, y los que guardan las osas en ella escritas: porque el tiempo está cerca

El salmo uno también dice que los que son felices son como el árbol plantado junto a la fuente, que a su debido momento da su fruto., sus hojas no marchitan y todo lo que haga será exitoso. Cuando nuestra felicidad está en Dios, nuestra vida lanza sus raíces en lugar fértil. Cuando la palabra de Dios es nuestra fuente de placer, somos un árbol junto a la fuente, siempre verde y cargado de frutos.
 
Cuando nuestro placer borbotea del trono de Dios, el mundo a nuestro alrededor puede estar seco como como un desierto, aun así florearemos y fructificaremos como un árbol plantado junto a la fuente. El impío, el que desprecia a Dios, es  como paja que se la leva el viento. Ese no tiene vida ni estabilidad. Cuando hay temporal pierde sus raíces y se lo lleva el vendaval. La verdadera felicidad no está tanto en el poseer, sino, sobretodo, es fruto del ser. ¡Esa fuente de vida es el mismo Dios y el que está plantado en Dios es verdadera mente feliz!

Si tu ley no fuere mi alegría, ya hubiera sucumbido en mi aflicción. Sal. 119:92

 La felicidad no tiene solo una dimensión negativa, pero, sobretodo,un aspecto positivo. Ya vimos que somos felices por lo que evitamos. Ahora, veremos que somos felices por lo que hacemos. El salmo 1 también dice: antes tu placer está en la ley del Señor y en su ley medita de día y de noche. La palabra de Dios es nuestra fuerza de gozo y alegría. En ella debemos meditar día y noche. Debemos llenar nuestra mente con la verdad de Dios. Debemos alimentar nuestro corazón con las promesas que emanan de la Palabra de Dios.
 
La Palabra de Dios es mejor que el más puro oro y más dulce que la miel y el destila de los panales. La palabra de Dios es el deleite de nuestra alma. En ella debemos meditar día y noche. La Palabra restaura el alma y le da sabiduría al sencillo. La Palabra es pan que alimenta y agua que purifica. Por ella guardamos puro el corazón y triunfamos sobre el enemigo. Guardala en el corazón es mejor que guardar tesoros, puesto que el ¡la fuente de nuestra felicidad!