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jueves, 16 de agosto de 2012

Yo me alegré con los que me decían: a la casa de Dios iremos. Sal. 122:1

Jesús tenia la costumbre de visitar la sinagoga. ÉL tenía el hábito de ir a la Casa de Dios. Los hijos de Coré dicen que un día en los atrios de la Casa de Dios vale más que mil días en las tiendas de la perversidad. El salmista dice: Yo me alegré con los que me decían: a la casa de Dios iremos.
 
En la casa de Dios hay tres importantes encuentro: nos encontramos con el Dios en la Casa de Dios. Nos encontramos con nuestros hermanos y con nosotros mismos. Cuando entramos a los atrios de la Casa de Dios pisamos el terreno de la felicidad, pues allí oímos palabras de vida. Allí contemplamos al señor en la belleza de su santidad. Allí comprendemos la hechura de nuestros pecados y de la belleza del perdón divino. En la Casa de Dios comprendemos más claramente  la transitoriedad de la vida y de la necesidad de la gracia. Bajo la presencia de Dios tenemos plenitud de alegría y a su diestra delicias perpetuas.

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