El apóstol Pablo estaba encarcelado en Roma. Estaba en el pasillo de la muerte, en la antesala del martirio, con los pies en la sepultura y con la cabeza en la guillotina de Roma. Estaba viejo y llevaba en el cuerpo marcas de Cristo. Pasaba por probaciones y privaciones. Pero, lejos de vivir amargado por la vida, dijo: he aprendido a vivir contento en toda y cualquier situación. La felicidad no es una situación que está fuera de nosotros, sino una actitud que está dentro de nosotros.
Hay quienes tienen de todo, pero no poseen nada. Hay ricos pobres y pobres ricos. Hay individuos en cárceles, pero sus corazones viven en el paraíso. hay otros que pisan alfombras de terciopelo, pero sus almas viven el tormento del infierno. La felicidad no es automática. Es un aprendizaje. Somos felices cuando nuestra fuente de placer está en Dios y no en las cosas materiales. Cuando nuestra alma encuentra deleite en el proveedor y no en la provisión. Cuando nuestra alma encuentra deleite en el proveedor y no en la provicisión. ¡Dios, y no las cosas, es el manantial de nuestra felicidad!
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