El salmo 127 dice que los hijos son herencia de Dios y que feliz es el hombre que de ellos llena su aljaba. Nuestra herencia no es el dinero, sino los hijos. Nuestra felicidad no está en las cosas, sino en los hijos. Los hijos son un regalo de Dios. Ellos son hijos de la promesa. No generamos hijos para nosotros, sino para Dios, no los generamos para la muerte, sino para la vida. Nuestros hijos deben ser coronas de gloria en menos del Señor. Deben ser vasos de honor, columnas del santuario del Altísimo. Nuestros hijos son una bendición y no un problema; son un poema de Dios y no una pesadilla para nuestra alma. Son como flechas en manos del guerrero y no una molestia en el camino de la vida. Debemos amar nuestros hijos y criarlos en la disciplina y en la admonición del Señor. Debemos enseñarlos en el camino y grabar e ellos la verdad de Dios. Entonces, serán el deleite de nuestra alma y no el amargor de nuestro corazón.
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